lunes, 28 de mayo de 2012

el dilema de tu edad




26 mayo 2012
Siglo Nuevo sábado 26 de may 2012, 8:01pm –
El dilema de tu edad
Años de menos, años de más
El tema de la edad es ‘asunto delicado’. En nuestra sociedad vivimos numerosas incongruencias en lo que a ella se refiere, pues aunque en la teoría se habla de respeto a la gente según los años que tiene, en la práctica observamos que el avance del ‘calendario personal’ se convierte paulatinamente en motivo de exclusión en diferentes ámbitos. Dicho de otro modo, cada vela que se suma al pastel de cumpleaños va cerrando una puerta y mucho antes de llegar a la vejez los mexicanos vamos quedando fuera de nuestra propia vida

En 1989 la ONU aprobó la Convención sobre los Derechos del Niño. Desde entonces, se dice que a los infantes se les permite expresar sus opiniones, pero en la práctica no se ha desechado la frase “tú no tienes edad para opinar” o “estás muy chico y no sabes de esas cosas”.
Lo mismo pasa con los adolescentes, cuyas opiniones suelen recibirse con un juicio de por medio, ya que se tiene el concepto popular de que todo lo que expresan es con ánimo de rebeldía y carente de propuesta.
Se supone entonces que la voz con ‘validez’ es la del sector adulto. Lo que es más, se habla a menudo de que a mayor edad más experiencia, por lo que la palabra de los ancianos debería ser tomada como ley. Pero la realidad es que conforme pasan de ‘cierta edad’ las personas parecieran comenzar a perder autoridad: el estándar se invierte y los mayores empiezan a escuchar que ellos ya no saben, que se quedaron en otra época, que están ‘fuera de onda’…
Si durante la juventud (que según la UNICEF concluye a los 24 años) “aún no se sabe”, y pasando las cuatro décadas de vida “ya no se sabe”, ¿cuándo se tiene entonces la edad para decidir qué se quiere hacer con la vida, en cada uno de sus ámbitos? ¿Cuándo es ‘correcto’ que la gente decida cómo quiere vestirse, peinarse, expresarse?
En el renglón de las relaciones amorosas encontramos también inconstancias, pues se dice que durante la juventud se cometen muchos errores. Pero cuando alguien mayor de 40 busca una pareja, es juzgado por la sociedad.
¿Acaso sólo valen las opiniones y los sentimientos de quienes tienen entre 25 y 39? Y si eso fuera así, ¿por qué pasando los 35 se vuelve tan difícil encontrar trabajo?
 
¿Por qué se ve como raro que alguien de 38 quiera aprender a bailar jazz?
Evidentemente, el paso del calendario impacta en los diferentes aspectos de la existencia. Pero es fundamental distinguir cuánta de esa influencia se debe a motivos reales y qué tanta a prejuicios infundados.
APRENDIZAJE CADUCADO
En nuestro país lo habitual es que los estudiantes universitarios oscilen entre los 18 y los 22 años. Cuando una persona que rebasa ese margen se integra a una carrera, llama la atención entre los otros alumnos y es común que sea objeto de bromas y apodos como ‘abuelo’… aun si apenas ronda los 30 años.
Lo que es más, si ese las investigaciones han demostrado que si bien nuestras capacidades cambian, no desaparecen, además de que son enriquecidas de otra manera. Resumiéndolo: la facultad de aprender no termina mientras estamos vivos. alguien tiene 40, 50 ó más y comenta a sus familiares o amigos su deseo de ir a la universidad (porque en su tiempo no lo pudo hacer, o bien porque quiere estudiar una segunda carrera), lo usual es que sea motivo de asombro, burlas y comentarios que intentan disuadirlo de esa intención, con el único argumento de que su tiempo ya pasó.
Lo anterior se debe a que popularmente se cree que con la edad van disminuyendo la inteligencia y la capacidad de aprendizaje, que dejamos de ser creativos o tendemos a perder la memoria. Sin embargo
No obstante, como sociedad tenemos trazado un ‘mapa de vida’ que memorizamos desde pequeños y tratamos de seguir al pie de la letra: nacer, crecer, estudiar, conseguir una pareja, un trabajo, formar una familia, morir. Y para sentir que todo es armónico, ‘correcto’, tratamos de seguir justo ese orden. Y cuando alguien rompe con el esquema, nos incomoda.
La Licenciada en Psicología Graciela de Lara comenta que en efecto lo usual para el ser humano es vivir determinadas cosas en cada etapa vital; y que de no cubrirse alguna cuestión en la fase correspondiente, lo ideal es concretarla en la siguiente. Esto aplica a todos los ámbitos de la existencia y la educación es parte de ello. Aun así, son pocos los mayores de 40 años quienes se animan a seguir el impulso de integrarse por primera o segunda vez a la vida universitaria, pues temen ser señalados y rechazados.
 
La sociedad contribuye a perpetuar esta apreciación, por ejemplo con la tendencia a desdeñar a las universidades que ofrecen un sistema abierto, que usualmente es buscado por gente de edad superior al ‘estándar universitario’; lo común es que se hable de éstas como escuelas ‘aparte’, de un nivel inferior al de las grandes casas de estudios.
En ocasiones las mismas instituciones ponen trabas a la edad de sus aspirantes. Apenas en 2010 circuló en los periódicos el caso de las escuelas normales del Distrito Federal, muy difundido porque la convocatoria de la SEP anunciaba entre los requisitos de ingreso a sus licenciaturas en educación preescolar, primaria o de educación física, una edad máxima de 26 años, y de 35 para la de educación especial. Aunque en la convocatoria de 2011 ya no se mencionaba ese límite, cabría preguntar si en efecto desapareció el requisito o sólo se omitió de la propaganda para evitar las críticas.
 
Por otro lado, en territorio nacional existen seis universidades llamadas “de la tercera edad”. Este tipo de centros está dirigido a personas con más de 50 años y ofrece la impartición de cursos y talleres que sin duda son de utilidad para quienes se inscriben a ellos, pero a pesar de su nombre no cumplen con los parámetros de las universidades, no imparten carreras completas, ni otorgan grados académicos. Y aunque por un lado denotan un esfuerzo por integrar a los individuos de más edad a la sociedad, por otro contribuyen a reforzar la idea de que es preciso separar a los mayores de los jóvenes, y que los primeros no tienen una capacidad de aprendizaje al nivel.
EL AMOR SÍ TIENE EDAD
Dentro del estereotipo que tenemos de ‘cómo debe ser la vida’, el aspecto concerniente a las relaciones de pareja ha tenido varios cambios en las últimas décadas y más aún, continúa en transformación. Uno de los puntos que ya ha evolucionado pero aún no tiene la flexibilidad necesaria, es la edad para establecer una pareja a través del matrimonio.
Aunque el Código Civil Federal marca que la edad legal para casarse es de 14 años en la mujer y 16 en el hombre, ese rango que antaño se veía como el ‘normal’ hoy se mantiene en sectores muy delimitados; en términos generales la gente se opone a que los adolescentes se casen. Y si bien antes ser soltero y tener más de 25 era sinónimo de ‘estar quedado’, el promedio para la edad del matrimonio se ha elevado a los 24-30 años. Aun así, persisten las costumbres de presionar a los jóvenes para que se casen antes de cierta edad, de llamar ‘solteronas’ a las mujeres de 30 y tantos sin pareja, o catalogar de ‘raros’ a los hombres de la misma edad (para no decir directamente que son homosexuales). De hecho cuando alguien que ronda o supera los 30 comienza una relación, su familia suele presionar para que “aproveche el último tren”; y la insistencia es más marcada si hablamos de alguien de 40 y tantos.
Pero en contraparte, si alguien de 50 ó más (soltero, divorciado o viudo) comenta que está iniciando un noviazgo, a menudo se topa con el repudio de sus allegados. No falta quién lo tache de ridículo, de inmaduro, de no darse cuenta de que “esas cosas son de jóvenes”.
 
Más que una oposición al amor, lo que se percibe es que a la sociedad le sigue resultando chocante la posibilidad de que la ‘gente grande’ tenga una vida sexual activa. Se ha observado que los jóvenes lo encuentran repulsivo, mientras que los adultos también aceptan el falso precepto publicitario de que sexo y juventud van unidos. Podemos notarlo incluso en las películas y la televisión: las escenas de tono romántico entre gente mayor suelen presentarse como graciosas, mientras que las de tipo erótico por lo general son protagonizadas por jóvenes y cuando se incluye a personas ‘de cierta edad’, igualmente tienden a darles una connotación humorística. Lo mismo pasa en los comerciales de fármacos como el Viagra, a pesar de que su ‘mercado objetivo’ está en la tercera edad.
Esa programación de sexo=juventud está especialmente enraizada en las sociedades latinoamericanas (no de forma exclusiva pero sí muy marcada), y en parte pudo originarse por una cuestión religiosa: la aseveración de que el sexo sólo debe ser un medio para la procreación y no para obtener placer. En ese sentido, se percibe que quien ya no está en edad fértil no tiene motivo alguno para tener relaciones sexuales, de ahí que se rechace la posibilidad de que alguien inicie un ‘romance otoñal’. Y esta tendencia se mantiene aunque desde la Psicología se ha insistido en que una vez terminada la adolescencia, toda persona está capacitada para formar una pareja en cualquier momento de su vida.
Es hora de ser papá/mamá
Como ya se dijo, en nuestra sociedad el tema de la pareja va ligado al de procrear. Así, aunque en otros países se ha vuelto ‘normal’ que las mujeres den a luz luego de los 35, en el nuestro todavía se apresura a quienes desean ser madres para que se embaracen antes de los 30. Aunque en menor grado, también los hombres son presionados a ser padres en un rango similar, con la advertencia de que si esperan mucho, sus hijos “van a parecer sus nietos”.
Aunque en efecto las posibilidades de engendrar van disminuyendo con la edad, el margen que se impone socialmente no está justificado, pues los argumentos ni siquiera se basan en la capacidad biológica sino en las apariencias.
La Doctora en Sociología Rosario Esteinou explica que asimismo parte de la presión para que las personas formen una familia se debe a la creencia de que al tener hijos la gente se vuelve estable. Aun así, la realidad nos demuestra constantemente que la madurez necesaria para ser padre o madre no va de la mano con tener o no una edad, sino con el desarrollo de capacidades emocionales y afectivas que ni surgen ni expiran de manera espontánea.
DERECHO DE ADMISIÓN RESERVADO
 
Tal vez le haya tocado saber de una persona mayor que acude a practicar cualquier tipo de actividad física (llámese baile, ejercicios aeróbicos, Tai Chi, etcétera), y que alguien descalifica su esfuerzo tachándolo de ridículo o diciendo que es “increíble que a sus años le quede energía”.
En ese sentido, el campo de los pasatiempos es también escenario de marginación por la edad, y no sólo hablando de individuos pertenecientes a la senectud. Basta rebasar las cuatro décadas para que socialmente se espere que la gente limite su manera de divertirse a actividades tranquilas y hogareñas. Así, es aceptado que las mujeres de 40 y más se reúnan a jugar cartas, a elaborar repostería, a tejer o a comparar plantas. Pero si alguna pretende empezar a tomar clases de jazz, de canto o de karate, “se ve mal”. Lo mismo aplica con los varones de más de 40, pueden integrarse a clubes de golf, tener noches de dominó, o coleccionar estampillas; pero si gustan de jugar videojuegos o coleccionar cómics son etiquetados de inmaduros o desubicados. En el mismo contexto, piense: ¿alguna vez ha escuchado decir a alguien de 40 ó más decir: “Vamos al antro para ver bailar a los chavos”? Podemos asegurar que su respuesta es ‘no’. En cambio, sin duda ha oído cuando alguien dice que fue a tal o cual plaza “para ver bailar a los viejitos”.
Asimismo, si una pareja de más de 50 se apunta para un crucero o un viaje grupal en el que se recorrerán museos y monumentos, es aprobada. Pero si un hombre o una mujer de la misma edad anuncian que en las próximas vacaciones se van “de mochilazo”, se vuelven la comidilla de su círculo de amistades.
Los niños no deben ir solos al cine, se entiende que es por seguridad. Pero los adultos “no deben” ir a ver una película de dibujos animados si no son acompañados por un infante. Y quizá al leer estos ejemplos la primera reacción sea pensar “pues claro, a cada edad le corresponden ciertas cosas”. Sin embargo deberíamos cuestionarnos quién dice qué es correcto. “Somos sectarios. No existe una investigación que diga que a un adulto no pueden gustarle las caricaturas. Lo que pasa es que cuando vemos a alguien hacer algo diferente a lo que nos han inculcado, entramos en crisis. Nos cuestionamos si lo que creemos es o no cierto y eso nos provoca miedo, por eso somos tan conservadores”, apunta la Psicóloga Graciela de Lara.
LA IMAGEN ‘ADECUADA’
La indumentaria es otro renglón que suele dar pie a numerosas críticas cuando se llega a la etapa adulta. Volvemos a las incongruencias: los niños no pueden elegir cómo vestirse porque aun si sus gustos y propuestas son escuchados, quienes tienen la palabra final son sus padres. Luego, durante la juventud muchos se sienten inseguros al elegir su tipo de atuendo. Y al llegar a la adultez, cuando se supone que ya se definió qué vestimenta va con la personalidad de cada uno, se da por hecho que la elección debe ser ‘ropa seria’, no sólo de diseños formales sino en colores sobrios, neutros, nada de tonos llamativos. Y por supuesto, con un calzado ‘apropiado’, olvidándose de tenis a menos que estos sean para hacer ejercicio. Cualquier contravención a esas normas no escritas atrae atención negativa, críticas y marginación si el individuo insiste en salirse del esquema.
A las niñas se les dice que no deben maquillarse, a las jovencitas que no necesitan los cosméticos; pero a las mujeres mayores se les critica que los usen, bajo el argumento de que “se niegan a envejecer”.
Nuestra sociedad se esfuerza en atacar el interés genuino de quienes se salen del patrón de lo ‘bien visto’, aunque no haya ninguna argumentación científica o válida para respaldar la idea de cómo es aceptable vestirse. “El único límite para hacer o no algo, debe ser el daño. Y ¿qué daño hace que una señora de 80 años use pescadores, o que un hombre de 50 se ponga tenis para salir? Si esas acciones asustan a alguien, es él quien tiene un problema y precisa resolverlo”, indica la Psicóloga De Lara.
EXCESO DE EXPERIENCIA
En México el promedio de las personas egresa de la universidad alrededor de los 22 años. Como sabemos, además de la inmensa competencia que hay en el ámbito laboral, los jóvenes se enfrentan con la conocida incongruencia de firmas que buscan gente recién graduada con experiencia. Pero al ver una imagen más amplia se puede apreciar que en realidad, hoy por hoy son ellos quienes tienen más posibilidades de hallar una vacante.

Aunque en el artículo tercero de la Ley Federal del Trabajo se especifica que no podrán establecerse distinciones entre los trabajadores por motivo de edad (entre otros), las páginas de avisos de ocasión, al igual que las bolsas de trabajo en Internet, están plagados de ofertas que buscan candidatos de máximo 30 ó a lo más 35 (al menos tratándose de profesionistas), y advierten que es inútil presentarse si no cumple con los requisitos.
 
El tema ha sido expuesto en incontables ocasiones por distintos medios. Por ejemplo en un artículo publicado en febrero de 2010 en CNN Expansión, el catedrático de la UNAM Carlos Odriozola hacía mención de los diversos pactos internacionales que México ha firmado en materia de derechos humanos, comprometiéndose a prohibir la discriminación por edad. Odriozola también enfatizaba que con cada legislatura surge algún diputado que promueve una reforma al respecto, sin que se llegue a ninguna parte pues independientemente de que las propuestas no progresan, no hacen falta más leyes sino el cumplimiento de las ya existentes. Aun así, numerosos especialistas insisten en la importancia de que México imite los pasos de países más desarrollados que prohíben específicamente que a la hora de anunciar una vacante se señale una edad límite.
A la par de la escasez de contrataciones para los mayores de 35, otros obstáculos son la exclusión a la hora de los ascensos y la posibilidad de despido en algún recorte de personal, así como la jubilación anticipada. Y es que uno de los principales motivos por los cuales las empresas dan preferencia a la gente joven es la reducción de costos, pues mientras más tiempo conserven a su personal, más gastarán en ellos (con aumentos de sueldo y pensiones).
Muchas personas que rebasan los 50 han notado que este ‘culto a la juventud’ en el que vivimos hoy en día es relativamente nuevo, pues en décadas anteriores se valoraba la experiencia del trabajador, mientras que hoy se le da más peso a una corta edad al asociar el concepto de juventud con los de energía y belleza, y esa es la imagen que las empresas buscan proyectar al público.
No obstante, las compañías que apuestan por la imagen juvenil y en consecuencia renuevan su planta laboral, deshaciéndose de los mayores, tarde o temprano resienten las consecuencias. La prueba de ello la encontramos en países como España, que hace algunos años empezó a sufrir los estragos de un proceso similar. En un reportaje realizado por El País en 2008, se hacía una valiosa observación que deberíamos tener presente: La juventud ha crecido en un mundo más orientado al consumo y más competitivo, lo que se traduce en perfiles comerciales y agresivos. Los mayores se han educado en la filosofía del valor al trabajo y son más leales a la empresa.
Por otro lado, es necesario reconocer que no toda la responsabilidad recae en las compañías, pues al menos en México se carece de una cultura de educación continua. Es decir, la mayoría de quienes terminaron una carrera universitaria hace 20 años o más, no han vuelto a interesarse por estudiar. Gente de generaciones más recientes ha sumado a sus estudios algún posgrado, pero no es la mayoría y tampoco es común que luego de ello se inscriba con regularidad a cursos de actualización. En cierta forma las personas se vuelven especialistas en el puesto que ya desempeñan, pero al no renovar o reforzar sus conocimientos se reduce su capacidad de aportar ideas frescas o simplemente de poder adaptarse a los cambios de dinámica que impactan en todos los ámbitos, incluyendo el laboral. No obstante, también debe considerarse que gran parte de las compañías espera que su planta laboral le dedique al trabajo más horas de las convenidas, con lo cual restringen la disponibilidad del tiempo en el que podrían estudiar. Aparentemente la solución para esto sería que las propias empresas incorporaran programas de capacitación, pero muy pocas estarían dispuestas a invertir en ese rubro, pues lo más fácil es hacerse de ‘sangre nueva’.
Prevención: sólo para jóvenes
Si usted desea adquirir un seguro de vida o de gastos médicos, es mejor que lo haga cuanto antes ya que mientras más edad tenga, más costoso será. Cierto que las compañías aseguradoras tienen un amplio rango para la aceptación de sus contratantes (hasta los 60 ó 70 años), no obstante es sabido que las primas aumentan en proporción a la edad. Se entiende que desde el punto de vista financiero las compañías buscan que la cobertura de sus clientes no les resulte una pérdida económica, sin embargo eso no cambia el hecho de que incluso para la previsión, la edad resulta un punto en contra.
IDEAS DEVALUADAS
En algunos países hay un notorio respeto hacia las personas mayores; los ejemplos más claros los tenemos en Asia y Europa. La Doctora Esteinou señala que “en México también era así, pero se ha ido perdiendo por todos los cambios que hemos vivido; es una cuestión tanto social como cultural”.
La especialista agrega que a nivel global, en las primeras sociedades los viejos eran los depositarios del conocimiento. Eran “los que sabían”, porque habían acumulado experiencias con el paso del tiempo. Como no existían los libros o las escuelas, la gente de más edad era considerada una invaluable fuente de sabiduría. Conforme dicho rol fue sustituido por los sistemas de enseñanza formales, ese valor se fue perdiendo. Culturas como la asiática o la europea llevan décadas trabajando en revalorizar la figura de los ancianos y lo han conseguido, pues hace años se dieron cuenta de que la experiencia de vida es mucho más meritoria que la de cualquier academia.
La sociedad mexicana se jacta de ser respetuosa con las personas mayores, pero la realidad nos muestra lo contrario. Es cierto que existe una relación afectiva muy fuerte entre las familias y por tanto hay sólidos lazos de cariño hacia los padres, abuelos y bisabuelos. Pero no se traducen en respeto. En la mentalidad mexicana está muy arraigada la relación vejez-decadencia. Como sabemos que el cuerpo va disminuyendo su vigor, tendemos a tratar a la gente como si sus capacidades emocionales e intelectuales estuvieran menguando. Frases como “mejor no opines porque es cosa de jóvenes”, “tú ya no lo entiendes”, “eso era en tus tiempos”, y otras por el estilo, son dirigidas a diario no nada más a gente de la tercera edad, sino en algunos casos a quienes apenas rebasan los 40. Nuevamente entra en juego la incongruencia: mientras que de niños “no sabemos” porque no tenemos experiencia, de adultos lo vivido se percibe como obsoleto.
El ejemplo por excelencia de esta ‘devaluación’ se ve en las familias, donde poco a poco los papeles se invierten y ahora no son los padres quienes marcan las pautas, sino los hijos.
Este cambio de roles tiene una fuerte relación con el retiro laboral, pues no ser económicamente activo se interpreta como una pérdida de autoridad. Es decir, mientras los adultos están al frente de un hogar, sus opiniones son tomadas en cuenta. Pero una vez que los hijos asumen las riendas de las finanzas, dejan de prestarles atención. Tenemos tan aprendida esta norma no escrita, que comúnmente los mismos padres son quienes restan valor a sus ideas, absteniéndose de expresarlas o acompañándolas de frases como “ya sé que ya estoy viejo, pero…”.
POR NUESTRO FUTURO
La tendencia a excluir, menospreciar y discriminar a las personas por su edad, está muy arraigada en las sociedades rígidas y tradicionalistas, como la mexicana (y las latinoamericanas en general).
Las etiquetas que señalan a los individuos como ‘fuera de lugar’ surgen como una manera de mantener ciertas reglas sociales que en realidad ni tienen una base científica, ni contribuyen de manera alguna al progreso de las comunidades.
En definitiva vivimos una época de contrastes. Mientras la expectativa de vida se eleva, el culto a la juventud está propiciando que desde la perspectiva de la sociedad el concepto de ‘viejo’ se esté ampliando a tal punto que incontables jóvenes consideran vieja a gente de apenas 50 años o menos. Esta realidad sumada a la persistencia del mito vejez=inutilidad, margina a un amplio sector de la población.
Pero con tal actitud, estamos cavando nuestra propia tumba. Según el Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (SNDIF), para 2030 uno de cada tres hogares estará encabezado por personas de la tercera edad, mientras que en el 2050 la media de edad de los mexicanos será de 43 años (en 2000 era de 27). Esto quiere decir que nuestro país dependerá en gran medida de adultos como los que hoy son desdeñados.
¿Y qué pasará si continuamos perpetuando los estereotipos? Los especialistas advierten que quien en la niñez o juventud piensa que la gente mayor es inútil, usualmente al llegar a esa etapa mantiene tal creencia y por lo tanto asume una actitud derrotista y se menosprecia a sí mismo. Esto es percibido por quienes le rodean y así se refuerza el estereotipo, continuando con en el círculo vicioso.
Cada generación cree que tiene la verdad en las manos. Cada generación piensa que puede prescindir de la experiencia de sus antecesores bajo el argumento de que el mundo es un desastre y por lo tanto fallaron y no deben ser escuchados. Sin embargo, pese a los errores que han cometido las sociedades que nos preceden, no debemos perder de vista que igualmente nos han legado grandes enseñanzas.
Es urgente admitir que la existencia no tiene por qué ser ‘blanco y negro’; no es necesario que todos los seres humanos sigamos un mismo patrón de vida o un orden en nuestras decisiones, pues las sociedades más avanzadas nos han demostrado que la pluralidad otorga riqueza y crecimiento a los países, mientras que el afán de mantener a ‘todo mundo’ dentro de un esquema de vida idéntico es poco realista, coarta la libertad y provoca que las naciones se estanquen.
Fuentes: Doctora en Sociología Rosario Esteinou, catedrática e investigadora y miembro del Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (CIESAS); Licenciada en Psicología y Maestra en Ciencias Graciela de Lara, catedrática y especialista en estudios de género y en atención a víctimas de violencia intrafamiliar; Encuesta Nacional sobre Discriminación en México (Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación, 2010); Código Civil Federal; Ley Federal del Trabajo; Organización Mundial de la Salud; CNN Expansión; suplemento Educación número 10 (Universidad Autónoma de la Ciudad de México, 2010); El Universal; La Jornada; El País; página del Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (SNDIF).

 

Me sorprendio que un periódico de Torreón, Mexico, publicara tan buen articulo. Decidí que debería ser compartido con otras personas

Destaco dos cosas, si hay discriminación en Mexico para las personas mayores y tampoco hay suficientes Universidades de la tecea edad (por ejemplo en Torreón)

Funcionan solo 3 en el DF., y 2 en Monterrey, en total solo 5 en un país con casi 113 millones de habitantes

Como datos comparativos, en España funcionan 54 Universidades (relación disponible) y en Argentina 20

En otros países, como Cuba, Dominicana, Venezuela, Colombia, Chile, tienen varias Universidades

“Después de haberte graduado en la escuela de la vida, que fabuloso es poder regresar a la Universidad de la tercera edad”
Alberto Cordova Cayeros
un abuelo Universitario

No hay comentarios:

Publicar un comentario